martes, 29 de junio de 2010

TRAS LA HUELLA TEMPLARIA DE SAN JUAN DE OTERO EN SAN BARTOLOMÉ DE UCERO

Autor: Diego Almazán de Pablo (este texto es un reportaje para un trabajo universitario del curso 2010-2011 en la Facultad de Comunicación Audiovisual de Burgos)

Los templarios están de moda. Estos monjes-guerreros que, con su cruz bermeja en capa y peto, espada en la mano derecha y el breviario en la izquierda, fue la Orden Militar más importante de la Cristiandad durante el Medievo, tuvieron un convento de singular importancia en Soria, San Juan de Otero, primero ubicado junto al castillo de Ucero y, posteriormente, trasladado junto a la Gran Cueva en uno de los meandros más llamativos del hoy Parque Natural del Cañón del Río Lobos, con una ermita que aún perdura dedicada a San Bartolomé.

Para poder ver la ermita de San Juan de Otero nos desplazamos a El Burgo de Osma, cabeza de un municipio de cinco mil habitantes, villa episcopal que se siente muy orgullosa de ser la sede del obispado de Osma-Soria y de contar con una de las catedrales góticas más entrañables de toda España por su sencillez casi cisterciense. De su predecesora románica tan solo quedan algunos capiteles junto al claustro abovedado por crucería flamígera que, según los entendidos, recuerda al abovedado del gótico inglés nada menos.

En la Plaza Mayor se encuentra el antiguo hospital barroco de San Agustín y en su planta baja, nada más entrar, se halla la Oficina de Turismo del Burgo de Osma. Fernando Redondo, su encargado, nos atiende con amabilidad. Nos aporta mapas e informa cumplidamente. “Hoy precisamente está abierta la ermita de San Bartolomé de Ucero para el turismo, pero tendréis que estar allí antes de que cierren a las ocho de la tarde”, nos recomienda. Le agradecemos la información y, raudos, dejamos atrás los soportales de la Calle Mayor y montamos en nuevamente en el turismo para encaminarnos hacia Ucero, distante a unos quince kilómetros tan solo.

Vamos por la carretera provincial SO-920. Tras diez minutos de conducción, y después de descubrir el dorado resplandor de los campos de trigo empezamos a distinguir frente a nosotros una formación rocosa que rompe con la llanura a la que estamos acostumbrados. Poco después nos topamos con el pueblo de Ucero donde se abre el telón al Parque Natural del Cañón del Rio Lobos que contiene dentro sí el misterio de San Juan de Otero.


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Nos apeamos frente al Mesón del Angelote. Pedimos unas viandas rápidas y unos refrescos y mientras damos cuenta de ellos revisamos la documentación que tenemos y los folletos que nos han dado en El Burgo de Osma.

Los datos históricos

Una bula pontificia de Alejandro III de 1170 en la que se indica que uno de los doce conventos de la Orden del Temple en Castilla es el de Ucero en la diócesis de Osma  es el referente documental fundamental. Ahora bien, el original de dicha bula se ignora dónde estaba ya que la primera referencia sobre la misma es de Gonzalo Argote de Molina (1588), y las restantes –como acontece en Juan Benito Guardiola (1591), Juan de Mariana (1592) o  Pedro Rodrigo Campomanes (1747)- no aportan ningún dato novedoso al respecto.

¿Dónde se encontraba este monasterio? Los cronistas de la diócesis,  fundamentándose en Loperráez (1788) -que consultó las actas del Cabildo de la catedral de El Burgo de Osma y que aseveró que San Bartolomé de Ucero había sido el convento de San Juan de Otero-, han mantenido esta equiparación. Ahora bien, el cronista calatravense Rades y Andrada (1572) aportó dos datos divergentes: por un lado dio a conocer el nombre de un templario de San Juan de Otero y que luego se pasó a la Orden de Calatrava y que era de Fuentearmegil (localidad muy próxima a la ermita de San Bartolomé de Ucero), pero por otra parte indicó que San Juan de Otero  era la ermita de San Juan del cerro alto llamado “el Otero” en Portelrubio, localidad próxima al lugar de nacimiento de este cronista. Ahora bien, este cronista no consultó las actas del cabildo catedralicio ni tampoco citó la bula de Alejandro III.

Por su parte, el historiador Florentino Zamora Lucas ubicó San Juan de Otero en el cerro Otero de Ucero, junto al castillo. Localización que apoyan Alejandro Aylagas (1097 y 2001) y también Ángel Almazán en todos sus libros y ensayos. Estos dos investigadores, asimismo, señalan que posteriormente los templarios se desplazaron al interior del Cañón del río Lobos y situaron allí su nuevo convento, siendo su iglesia la actual ermita de San Bartolomé de Ucero, doble hipótesis que armoniza la sugerencia toponímica de que el convento, en 1170, se encontraba en un cerro de altura considerable, y que tal y como se acepta secularmente en el cabildo de la catedral de El Burgo de Osma, San Bartolomé de Ucero es lo que queda del convento templario de San Juan de Otero.




Adentrarse en el Cañón del río Lobos

No tenemos mucho tiempo, así que nos levantamos de la mesa, pagamos y nos despedimos de Angelote, al que bien le cuadra el nombre dada su corpulencia y altura. Salimos a la calle y retomamos el viaje.

Es inevitable sentir emoción al observar la silueta recortada del castillo de Ucero, a la derecha de la carretera. Su imagen se perfila en un cerro. Las piedras que sostienen lo que queda del castillo tiene un color degradado desde el gris cenizo hasta el rojo botijo. De sus ruinas destacan los restos de la muralla y la inamovible torre del homenaje que se ha permitido la licencia de dejar reverdecer su tejado, donde musgos y arbustos disfrutan de la panorámica. En la explanada del recinto amurallado de la fortaleza, donde estuvo la población medieval de Ucero antes de trasladarse al valle encajonado, aún perduran algunos muros de la antigua iglesia templaria de San Juan de Otero. Da pena verla así, tan desangelada y achacosa, pero no vamos a subir a verla pues el tiempo apremia y hay que remontar el cauce del río Lobos pues ya hemos llegado a uno de sus nacederos bajo la cuesta de La Galiana.

Nenúfares, juncos, chopos, fresnos… Roquedales con sus cárcavas policromas, pendientes de espanto cuajadas de piedras arrancadas por la erosión a la roca caliza, buitres leonados sobrevolando los cielos abiertos por encima de este cañón… El aire se refresca cuando aparcamos el coche y nos acercamos a un meandro del río Lobos. 
Ahora hay que proseguir la marcha andando. A poco más de un kilómetro, nos dicen unos muchachos que regresan a la zona de aparcamiento, se encuentra la ermita. “¿Cuesta llegar?”, preguntamos. “¡Para nada. Qué va… Es todo llano”.

San Bartolomé de Ucero

Caminamos por el camino blanco entre sabinas con retorcidos troncos y también entre pinos negrales antaño resineros. Aunque el sol “pega” bastante, como dicen por estas tierras, la sombra de sabinas y pinos nos alivia sobradamente. Y, de pronto, ante nosotros, a unos doscientos metros, se abre una pradera y al final de la misma vemos la fachada sur de la ermita templaria.

Cruzamos el puentecito de madera peatonal sobre el río Lobos y, sin dejar de fijar la mirada en la ermita y su entorno, alcanzamos su portada gótica. Luego nos apercibimos que hay también elementos románicos. “Es un templo protogótico”, nos aclara el guía puesto por el párroco de Ucero.

Mis acompañantes –unos compañeros de la Facultad que me han acompañado- están maravillados. Yo también. No puedo negarlo. El paraje en el que está insertada la ermita conmueve a toda persona que tenga las puertas de la sensibilidad abiertas a la Madre Naturaleza, y la ermita, estéticamente es bella, pero es que, además, intuyo que estos capiteles del interior y los canecillos del exterior, así como el pequeño rosetón de los hastiales del crucero, deben tener diversos niveles interpretativos por lo que he leído. Sus figuras no deben ser interpretadas literalmente sino simbólicamente.

Me quedo absorto contemplando toda esta simbología. Me siento junto al viejo olmo y tras mirar el conjunto de la ermita me tiendo sobre la hierba plagada de margaritas mientras escucho el rumor del agua del río Lobos y unas voces que provienen de la Cueva Grande que hay enfrente.




Sí… Este sitio es especial. Tengo que volver, pero esta vez lo haré solo,  y casi al alba.