Entre
las múltiples agrupaciones
medievales, las más célebres son las Guildas o corporaciones de oficios, en
las cuales existían ritos iniciáticos, y cuyos usos se
perpetuaron hasta mucho después.
La más
sabia de esas Guildas era la de los "Albañiles" [maçons],
constructores de los palacios y de las catedrales, adeptos del
Arte real que entonces era la arquitectura, y depositarios de antiguos
secretos: "Con todo derecho puede afirmarse que la geometría esotérica
pitagórica se trasmitió desde la antigüedad
hasta el siglo XVIII, por un lado a través de las cofradías de
constructores (que a la vez se
trasmitieron, de generación en generación, un ritual iniciático en que la
geometría desempeñaba un papel preponderante), y por otro, por la Magia, por
los rosetones de las catedrales y los pentáculos de los magos." [ según
dice M.G. Ghika en “El Número de Oro”].
De esos "Maestros de Obra", de
esa masonería operativa, nació la francmasonería especulativa. En cuanto al Compañonaje, cuyos
diferentes "Deberes" rivales se repartían los
picapedreros, los cerrajeros, los carpinteros, y que por lo
demás subsiste hoy, numerosas novelas han popularizado las costumbres: los
lazos y el bastón simbólicos; la "Vuelta de Francia"; las "cayennes",
especies de mesones donde la “Madre” se
ocupa del albergue y de la ropa de los compañeros...
El rasgo común de todas esas
Hermandades es la existencia de signos de reconocimiento, de ritos iniciáticos de afiliación, de
tradiciones que llegan a la más remota antigüedad, algunas de las
cuales se encuentran en la Masonería moderna, como la célebre leyenda de la construcción del Templo de
Jerusalén por Hiram.
Nota: Texto del libro de Serge Hutin Las sociedades secretas, del capítulo III .
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