viernes, 6 de abril de 2012

Sobre los grafitis templarios de Domme (1)

Bueno es, en este Viernes Santo de 2012, traer aquí este subcapítulo del francmason guenoniano Denys Román respecto al ensayo del canónigo Tonnellier sobre los grafitis templarios de Domme (Perigord francés) que inserta en el capítulo segundo de su libro René Guénon et les destins de la franc-maçonnerie (1982), en el que se pone de manifiesto el catolicismo de la Orden del Temple y su veneración por la cruz del Calvario, algo sobre lo que he insistido en la Guía Templaria de Guadalajara (que estará publicada en mayo). Leamos a Denys Roman en una traducción al castellano de la que dispongo (disculpad los errores que hubiere...).



Para dilucidar unos enigmas, el examen profundo en ciertos monumentos antiguos, es, a veces, tan útil como es desciframiento de documentos escritos. Es así como la revista Arqueología, en sus números de Enero-Febrero y Marzo-Abril de 1970, y Enero-Febrero de 1971, ha publicado unos interesantes estudios sobre los Templarios, escritos por el canónigo P.-M. Tonnellier. Este eclesiástico ha hecho, en el castillo de Domme, en Perigord, un descubrimiento del que dice le “pareció capaz de hacer palidecer de celos a los buscadores más espigados”. Encontró, en varias salas de este castillo que sirvieron de prisión a los Templarios, “una abundante serie de grabados piadosos”, Tesoro “que está fechado y firmado en nombre del Templo”. Se ve claramente la fecha de 1307, que es la del arresto de los Templarios, y, sobre todo, la de 1312, que es la de la supresión de la Orden.

 Los artículos de Arqueología reproducen lo esencial de esta ilustración tan interesante, comentada por el autor con mucha ciencia y prudencia. Revelemos la presencia de la cruz templaria, entre las figuras descubiertas, la cruz de Jerusalén, la de la doble traviesas con la cruz templaria en el centro, de la hostia, del cáliz (asimilado por el autor al Santo-Grial), y, sobre todo de una multitud de representaciones de la crucifixión. “Sería, escribe M. Tonnelier, que cada uno de los prisioneros ha querido exponer la suya en el lugar donde se encontraba habitualmente”.

La representación que parecía ser la más importante, no lo era sólo por sus dimensiones, pues tal como lo describe el autor: “Es como un fresco, con cuatro personajes alineados en primer plano: de izquierda a derecha, San Miguel blandiendo la espada, La Virgen portando la flor de Lys, el Cristo mostrando la ostia y el cáliz y, San Juan, llevando la copa... Cada uno acompañado de su nombre... El Cristo y la Virgen se encuentran sentados”. El autor subraya con insistencia que la presencia de San Miguel y de San Juan, es una prueba de que esta ilustración es de inspiración templaria”. Pues, dice, San Juan era “el patrón del Templo, aunque algunos parece que lo dudaron”. En cuanto a San Miguel, era el patrón de toda la  caballería, aunque “especialmente la de los Templarios”.

Es chocante que esta representación, esencialmente religiosa, sea, por así decirlo, confusamente  recubierta por otra composición que representa la escena de una batalla; las dos figuraciones “se compenetran totalmente, hasta el extremo que sólo puede verse una si es a través de la otra”. Dejemos al autor añadir algunas indicaciones: “Es un feliz símbolo... que esta exposición que parece extravagante... Como si, de esta forma, se hubiera querido traducir la doble vocación del Templario, la de religioso y la
de soldado... ¿Toda el alma del Templario no se encuentra ahí?

Muy numerosas son también las alusiones al drama vivido por los prisioneros: “Desctrutor Templi Clemens V” vuelve, obsesivo, “repercutiéndose en todos los ecos”. M. Tornnellier ve el testimonio de la dolorosa indignación que experimentaron los Templarios, pensando en los que le podía pasar” de la mano de aquellos a quienes siempre habían servido con la más noble fidelidad y en quienes habían creído poder
depositar toda su confianza”... El autor, nos parece que interpreta muy justamente, los sentimientos de los prisioneros: “Clemente V les ha quitado toda la razón de ser en este mundo; ha cometido el inexpiable crimen de internarse en la Orden”. Ha osado suprimir el Templo. Entonces lo consideran como traidor a la Iglesia que debía defender”.

Hay que convenir por otra parte, que la actitud de Clemente V en este asunto, fue indigna de un vicario de Cristo. El Soberano Pontífice, dijo a los Templarios, en los tres días posteriores al arresto, que tendrían las máximas garantías de una feliz solución de estos hechos, pidiéndoles que no desesperaran y que no pensaran en la huida... Podríamos decir que el gran error de los Templarios (un error mayor que un crimen, hubiera dicho Talleyrand), fue que, con ser inocente, ya bastaba para no temer nada dela justicia”.

M. Tonnellier escribió entonces: “Estos hombres enérgicos, que habían sabido, hasta aquí, dominar su cólera incluso referente a su honor personal o de su vida, se estiman desligados de toda coacción el día en que tocan el honor y la vida de la Orden. 

Ante la abolición de esta Orden, se desencadenan de golpe, pues supone para ellos el escándalo de los escándalos, la abominación de la desolación en el Templo, predicha por el Profeta Daniel. ¡Tocar la Orden!, ¡la Orden de Notre-Dame!, ¡la Orden de San Bernardo!, ¡ la Orden, gloria y pilar de la Cristiandad!, ¡la Orden, la única razón de vivir y de su orgullo!, ¡Retirarles el abrigo bajo el cual no tendrían ni la consolación de ser enterrados un día!”

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