Para
dilucidar unos enigmas, el examen profundo en ciertos monumentos antiguos,
es, a veces, tan útil como es desciframiento de documentos escritos. Es así como
la revista Arqueología, en sus números de Enero-Febrero y Marzo-Abril de 1970, y
Enero-Febrero de 1971, ha publicado unos interesantes estudios sobre los
Templarios, escritos
por el canónigo P.-M. Tonnellier. Este eclesiástico ha hecho, en el castillo de
Domme, en Perigord, un descubrimiento del que dice le “pareció capaz de hacer palidecer
de celos a los buscadores más espigados”. Encontró, en varias salas de este castillo
que sirvieron de prisión a los Templarios, “una abundante serie de grabados piadosos”,
Tesoro “que está fechado y firmado en nombre del Templo”. Se ve claramente
la fecha de 1307, que es la del arresto de los Templarios, y, sobre todo, la de 1312,
que es la de la supresión de la Orden.
Los artículos de Arqueología reproducen lo esencial de esta ilustración tan interesante, comentada por el autor con mucha ciencia y prudencia. Revelemos la presencia de la cruz templaria, entre las figuras descubiertas, la cruz de Jerusalén, la de la doble traviesas con la cruz templaria en el centro, de la hostia, del cáliz (asimilado por el autor al Santo-Grial), y, sobre todo de una multitud de representaciones de la crucifixión. “Sería, escribe M. Tonnelier, que cada uno de los prisioneros ha querido exponer la suya en el lugar donde se encontraba habitualmente”.
Los artículos de Arqueología reproducen lo esencial de esta ilustración tan interesante, comentada por el autor con mucha ciencia y prudencia. Revelemos la presencia de la cruz templaria, entre las figuras descubiertas, la cruz de Jerusalén, la de la doble traviesas con la cruz templaria en el centro, de la hostia, del cáliz (asimilado por el autor al Santo-Grial), y, sobre todo de una multitud de representaciones de la crucifixión. “Sería, escribe M. Tonnelier, que cada uno de los prisioneros ha querido exponer la suya en el lugar donde se encontraba habitualmente”.
La
representación que parecía ser la más importante, no lo era sólo por sus dimensiones,
pues tal como lo describe el autor: “Es como un fresco, con cuatro personajes
alineados en primer plano: de izquierda a derecha, San Miguel blandiendo la espada,
La Virgen portando la flor de Lys, el Cristo mostrando la ostia y el cáliz y,
San Juan,
llevando la copa... Cada uno acompañado de su nombre... El Cristo y la Virgen
se encuentran
sentados”. El autor subraya con insistencia que la presencia de San Miguel y de
San Juan, es una prueba de que esta ilustración es de inspiración templaria”.
Pues, dice,
San Juan era “el patrón del Templo, aunque algunos parece que lo dudaron”. En cuanto
a San Miguel, era el patrón de toda la caballería, aunque “especialmente la de
los Templarios”.
Es
chocante que esta representación, esencialmente religiosa, sea, por así decirlo,
confusamente recubierta por otra composición que representa la escena de una batalla;
las dos figuraciones “se compenetran totalmente, hasta el extremo que sólo puede
verse una si es a través de la otra”. Dejemos al autor añadir algunas
indicaciones: “Es
un feliz símbolo... que esta exposición que parece extravagante... Como si, de
esta forma,
se hubiera querido traducir la doble vocación del Templario, la de religioso y
la
de
soldado... ¿Toda el alma del Templario no se encuentra ahí?
Muy
numerosas son también las alusiones al drama vivido por los prisioneros: “Desctrutor Templi Clemens V” vuelve, obsesivo, “repercutiéndose en todos los ecos”. M.
Tornnellier ve el testimonio de la dolorosa indignación que experimentaron los Templarios,
pensando en los que le podía pasar” de la mano de aquellos a quienes siempre
habían servido con la más noble fidelidad y en quienes habían creído poder
depositar
toda su confianza”... El autor, nos parece que interpreta muy justamente, los sentimientos
de los prisioneros: “Clemente V les ha quitado toda la razón de ser en este mundo;
ha cometido el inexpiable crimen de internarse en la Orden”. Ha osado suprimir el
Templo. Entonces lo consideran como traidor a la Iglesia que debía defender”.
Hay
que convenir por otra parte, que la actitud de Clemente V en este asunto, fue
indigna de un vicario de Cristo. El Soberano Pontífice, dijo a los Templarios,
en los tres
días posteriores al arresto, que tendrían las máximas garantías de una feliz
solución de
estos hechos, pidiéndoles que no desesperaran y que no pensaran en la huida... Podríamos
decir que el gran error de los Templarios (un error mayor que un crimen, hubiera
dicho Talleyrand), fue que, con ser inocente, ya bastaba para no temer nada dela
justicia”.
M.
Tonnellier escribió entonces: “Estos hombres enérgicos, que habían sabido, hasta
aquí, dominar su cólera incluso referente a su honor personal o de su vida, se estiman
desligados de toda coacción el día en que tocan el honor y la vida de la Orden.
Ante
la abolición de esta Orden, se desencadenan de golpe, pues supone para ellos el escándalo
de los escándalos, la abominación de la desolación en el Templo, predicha por
el Profeta Daniel. ¡Tocar la Orden!, ¡la Orden de Notre-Dame!, ¡la Orden de San Bernardo!,
¡ la Orden, gloria y pilar de la Cristiandad!, ¡la Orden, la única razón de
vivir y de su orgullo!, ¡Retirarles el abrigo bajo el cual no tendrían ni la
consolación de ser enterrados
un día!”
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