viernes, 6 de abril de 2012

Sobre los grafitis templarios de Domme (2)


Sigamos leyendo a Denys Roman acerca de los grafitis templarios de Domme


Podemos leer también: “Es bueno, es saludable, oír a los Templarios clamar su revuelta y su asco, exhalar su rencor, clavar en la picota a Clemente V y Felipe el Hermoso. Ellos no se consideraban culpables y clamaban venganza al cielo!” Una asimilación muy sugestiva es la de una hidra de dos cabezas, representando, evidentemente, a Clemente V y a Felipe el Hermoso. Sobre este último personaje, el autor, aporta una apreciación absolutamente idéntica a la de René Guénon, y en contraste absoluto con la de la mayoría de historiadores “oficiales”. Escribe: “Profundamente imbuidos, los príncipes laicos y regalistas, como sus familiares, los Pierre Flotte, los Dubois, los Enguerrand de Marigny, los de Plessis y el excomulgado Nogaret, Felipe el Hermoso era ya el arquetipo de lo que, hoy en día, llamaríamos el catolicismo anticlerical. Quería que el papa comiera en su mano y marchara al son de su látigo. Y podía disponer ahora, después de Bonifacio VIII o Benedicto XI, de un papa francés. Apostemos que el proceso de los Templarios no hubiera tenido lugar, si Bonifacio VIII o Benedicto XI hubieran vencido”.


M. Tonnellier ha descrito a los Templarios, en base a sus descubrimientos, con un alcance inolvidable y que restituye admirablemente a las cosas en su sitio: “Estamos muy lejos de los soldadotes libertinos y que, sin derecho alguno, cierta historia nos ha querido ilustrar. Hay motivos para quedarse pensativo y preguntarse -una vez más como se ha podido llevar a hombres tales, ante la Inquisición; por medio de qué maquinación, un proceso tal, ha podido montarse. He confesado no ser de aquellos que creen en la  pureza de los motivos que han guiado a Felipe el Hermoso, ese príncipe piadoso -decimos- que no habría actuado más que en defensa de la fe. Se ha olvidado muy fácilmente a Anagni y la excomunión que tuvo que soportar el rey”.

El autor se dedica firmememente a rechazar la más infame calumnia que ha inventado el infierno, contra la milicia del Templo: la que les acusaba de profanar la cruz. Escribe: “¿Qué vemos en Domme? Sus archivos secretos -secretos después de 650 años- nos revelan, de golpe, el ardiente amor de los Templarios hacia el Crucifijo. Estos hombres meten a todo, por honor, en el calabozo. Cruz, Crucifijo, escenas de crucifixión, abundan y forman como la base de meditación de los prisioneros... La misma Cruz está rodeada de honores y, de sus brazos, emanan rayos gloriosos. ¿Se trata de hombres que, en un día solemne, hubieran escupido sobre esta misma Cruz, sobre el mismo Crucifijo?... Los muros de Domme nos cuentan la vida espiritual de hombres que eran incontestablemente amantes de la Cruz... Todo esto no se ha hecho por necesidades de la causa: todo es muy cierto y no puede llevar a engaño”.

M. Tonnellier, comentando una inscripción: “Sancta María Mater Dei ora pro me Peccator”, reproducida tres veces en una representación de la puesta en cruz, piensa que el ilustrador, ha querido expresar sus remordimientos “de haber confesado una falta que no había cometido, pero que lo hizo por salvar la vida, haber confesado que menospreciaba la Eucaristía, que profanaba el Crucifijo, cuando no era verdad... Escribió esto en la piedra, en la cabina de los guardias, para que pudiera leerse posteriormente, para honor de la Orden, para merecer, en su última hora, la indulgencia de la Madre de Dios, Patrona de los Templarios, por las confesiones que, en un día de angustia inhumana, había acabado por consentir”.

Pensamos que sobre lo que importa insistir, es en la siguiente observación. Si los Templarios -cuya profunda fe y ardiente piedad, no puede ser puesta en duda- habían verdaderamente renegado de Cristo y profanado la Cruz, el día de su profesión, entonces los muros de su prisión estarían cubiertos de testimonios escritos, confesando su vergüenza y su arrepentimiento. Posiblemente no hubieran osado representar el símbolo sagrado de la cruz, y, en cualquier caso, Clemente V les hubiera aparecidocomo el justo vengador de una falta excepcionalmente grave, una de esas formas de pecado contra el Espíritu, de la que está escrito que no será perdonada. No es esto lo que vemos en los muros de Domme.

Sobre el fin de los prisioneros, el autor escribe algunas emotivas líneas: “Es posible que murieran sin ruido, uno tras otro, en la prisión. La última fecha que tenemos, nos revela que es 1320. Y, sin duda, no serían muy jóvenes en el momento del arresto en 1307. Y, en prisión, se envejece rápido... Se irían rezando con toda su alma a Cristo y a la Virgen, San Juan y San Miguel... y llevándose a la tumba una fidelidad intensa hacia la Orden del Templo y un odio, no menos sólido, a ojos de sus destructores.

El Canónigo Tonnellier puede felicitarse de su feliz descubrimiento; y todos lo amigos de la Verdad, deben saber el grado del claro testimonio rendido por él a estos Templarios,  verdaderamente “crucificados” por la dificultad que tuvieron que pasar de permanecer fieles, a pesar del rey o del Papa, fieles a pesar de todo a este lema de la caballería, que el autor recuerda: “A Dios, mi alma, -Mi cuerpo, al rey, -Mi corazón, a mi Dama, -Y, mi honor, a mí”.

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