martes, 27 de septiembre de 2011

Los templarios en Eliphas Levi (1)

He aquí las elucubraciones magicistas-ocultistas sobre la Orden del Temple por parte del ex-sacerdote Alphonse Louis Constan, más conocido como
Eliphas Levi (1810-1875), en su libro "Historia de la Magia" (escrita en 1859).  En este escrito el Temple sale muy mal parado...y, por desgracia, la influencia de Eliphas Levi en el Ocultismo fue -y hasta sigue siéndolo hoy día en algunos temas- muy grande...

La cruz filosófica, o plano del Tercer Templo

Capítulo VI . -ALGUNOS PROCESOS FAMOSOS




Las sociedades del mundo de la antigüedad perecieron por el egoísmo materialista de las castas, petrificándose, aislando al vulgo en una reprobación sin esperanzas y reservando las riendas del poder a un pequeño número de elegidos, de manera que estuvieron privadas de la circulación que es el principio del progreso, del movimiento y la vida. El poder sin antagonismo, sin competición y, por ende, sin control, demostró ser fatal para las realezas sacerdotales. Las repúblicas, por el otro lado, perecieron por el conflicto de las libertades que, en ausencia de todo deber, sancionado jerárquica y altamente, se convirtieron con rapidez en otras tantas tiranías en recíproca rivalidad. Para hallar un punto estable entre estos dos abismos, la idea de los hierofantes cristianos consistía en crear una sociedad comprometida en la abnegación por votos solemnes, protegida por normas rigurosas, reclutada mediante iniciación y, como única depositaría de los grandes secretos religiosos y sociales, creando reyes y pontífices sin exponerse a las corrupciones del imperio. Ese era el secreto del reino de Cristo Jesús que, sin ser de este mundo, gobernaba sobre todas sus grandezas. La misma idea presidió la fundación de las grandes órdenes religiosas tan frecuentemente en guerra con las autoridades seculares, eclesiásticas o civiles.

Una realización similar soñaban las sectas disidentes de los gnósticos e iluminados, que afirmaban fijar su fe en la primitiva tradición cristiana de San Juan. Llegó un tiempo en que este sueño se convirtió en una amenaza real para la Iglesia y el Estado, cuando una Orden rica y disoluta, iniciada en las misteriosas doctrinas de la Cabala, pareció dispuesta a subvertir la autoridad legítima y los conservadores principios jerárquicos, amenazando al mundo entero con una revolución gigantesca. Los templarios, cuya historia se entiende tan poco, fueron los terribles conspiradores en cuestión, y al fin es tiempo de revelar el secreto de su caída, absolviendo de esa manera la memoria de Clemente V y de Felipe el Hermoso.

En 1118 nueve caballeros cruzados, entonces en Oriente —entre quienes estaba Godofredo de Saint Omer y Hugo de Payens— se consagraron a la religión, depositando sus votos en manos del patriarca de Constantinopla, sede siempre hostil, secreta o abiertamente, a la de Roma desde la época de Focio. El objetivo declarado de los templarios era proteger a los cristianos en peregrinación a los Santos Lugares; su fin oculto era reconstruir el Templo de Salomón según el modelo anticipado por Ezequiel. Dicha restauración, predicha formalmente por los místicos judaizantes de los primeros siglos del cristianismo, se convirtió en el sueño secreto de los patriarcas de Oriente. Reconstruido y consagrado al culto católico, el Templo de Salomón habría sido, en efecto, la metrópolis del universo. Oriente habría prevalecido sobre Occidente y los Patriarcas de Constantinopla se habrían apoderado del Papado.

Para explicar el nombre de templarios adoptado por esta Orden militar, los historiadores dan por sentado que Balduino II, Rey de Jerusalén, les dio una casa en la vecindad del Templo de Salomón. Pero son culpables de un grave anacronismo, puesto que en esa época el edificio en cuestión no sólo había cesado de existir sino que tampoco quedaba piedra sobre piedra del Segundo Templo de Zerubbabel, y habría resultado difícil señalar el sitio de su ubicación. Ha de sacarse en conclusión que la Casa que Balduino asignó a los Templarios no estaba situada en la vecindad del Templo de Salomón sino del sitio en el que estos misioneros secretos y armados del Patriarca de Oriente pensaban reconstruirlo.

Los templarios tomaron como modelos escriturales a los Albañiles militares de Zerubbabel, que trabajaban con la espada en una mano y la cuchara en la otra. Por eso la espada y la cuchara se convirtieron en insignias cuando en un período posterior, como veremos, se ocultaron bajo el nombre de Hermanos Masónicos. La cuchara de los Templarios es cuádruple; las hojas triangulares están dispuestas en forma de cruz, constituyendo un pentáculo cabalístico conocido como la Cruz de Oriente.

El pensamiento más íntimo de Hugo de Payens, al establecer su Orden, no era precisamente servir la ambición de los patriarcas de Constantinopla. En ese período había una secta de Juanistas Cristianos en Oriente que proclamaban ser los únicos iniciados en los misterios interiores de la religión del Salvador; también afirmaban conocer la historia verdadera de Jesucristo. Al adoptar una parte de las tradiciones judías y de los relatos talmúdicos, consideraban los hechos evangélicos como alegorías, de las que San Juan tenía la clave. La prueba era su expresión de que si fuesen documentadas todas las cosas que Jesús hizo "supongo que el mundo mismo no podría contener los libros que se escribieran". Sostenían que esa afirmación sería una exageración ridicula a no ser que se refiriese a una alegoría y leyenda, que puede modificarse y prolongarse hasta el infinito. En cuanto a los hechos históricos reales, los juanistas narraban lo que sigue. [Eliphas Levi había leído el libro del Levitikon, falso, que sirvió para que Fabré-Palaprat fundase la Iglesia neotemplaria de San Juan].

Una muchacha de Nazareth, llamada Miriam, prometida con un joven de su tribu, llamado Jochanan, fue sorprendida por cierto Pandira, o Panther, que entró en su alcoba con la apariencia y el nombre de su amante y por la fuerza satisfizo sus deseos. Al enterarse Jochanan de su infortunio, la abandonó sin hacer público lo ocurrido porque, de hecho, ella era inocente; la muchacha dio a luz un hijo, que recibió el nombre de Joshua o Jesús. El infante fue adoptado por un Rabí llamado José, que lo llevó a Egipto, donde fue iniciado en las ciencias secretas, y los sacerdotes de Osiris, reconociendo que él era la verdadera encarnación de Horus tan largamente prometida a los adeptos, le consagraron pontífice soberano de la religión universal. Joshua y José regresaron a Judea, donde el conocimiento y la virtud del joven excitaron muy pronto la envidia y el odio de los sacerdotes, que un dia le reprocharon públicamente la ilegitimidad de su nacimiento. Joshua, que amaba y veneraba a su madre, interrogó a su maestro y se enteró de toda la historia relativa al crimen de Pandira y los infortunios de Miriam. Su primer impulso fue negarla en público cuando dijo en medio de una fiesta de bodas: "Mujer, ¿qué hay en común entre tú y yo?" Pero después, comprendiendo que una mujer infortunada no debe ser castigada por haber sufrido lo que no pudo impedir, expresó: "Mi madre de ningún modo pecó, ni perdió su inocencia; es virgen y, con todo, mi madre: tribútesele doble honor. En cuanto a mí, no tengo padre sobre la tierra; soy el hijo de Dios y de la humanidad".

No proseguiremos más adelante con una ficción tan afligente para los corazones cristianos; baste decir que los juanistas llegaron hasta a responsabilizar a San Juan de esta tradición espuria, atribuyendo al apóstol en cuestión la fundación de su iglesia secreta. Los grandes pontífices de esta secta asumieron el titulo de Cristo y proclamaron una transmisión ininterrumpida desde los tiempos de San Juan. La persona que se jactó de estos privilegios imaginarios en la época de la fundación del Templo se llamaba Teocleto. Amigo de Hugo de Payens, a quien inició en los misterios y esperanzas de su falsa iglesia, le sedujo con ideas de un sacerdocio soberano y de una realeza suprema; en fin, le designó su sucesor. De esa manera, desde el principio la orden de los Caballeros del Templo estuvo infectada de cisma y conspiración contra los reyes. Estas tendencias se encubrían con un profundo misterio, pues la Orden profesaba externamente la más cabal ortodoxia. Sólo sus jefes conocían sus designios; el resto los seguía de buena fe.

Adquirir riqueza e influencia, intrigar sobre la base de éstas y necesariamente luchar por el establecimiento del dogma juanista fueron los medios y el fin propuestos por los hermanos iniciados. "Observad", argumentaban entre sí, "al papado y a las monarquías rivales enfrascados en regateos y ventas, cayendo en la corrupción y tal veza mañana destruyéndose mutuamente. Todo esto indica una herencia del Templo, aguardad un poco y las naciones escogerán entre nosotros sus soberanos y pontífices; seremos el equilibrio del universo, los arbitros y amos del mundo".

Los Templarios tenían dos doctrinas; una era oculta y reservada para los líderes, o sea, la del juanismo; la otra era pública, o sea, la doctrina católica romana. De esta manera engañaban a los enemigos a los que esperaban suplantar. El juanismo de los adeptos era la Cabala de los gnósticos, pero rápidamente degeneró en un panteísmo místico llevado hasta la idolatría de la Naturaleza y el odio hacia todo dogma revelado. Para un mejor logro, y a fin de asegurarse partidarios, fomentaban la pesadumbre por todos los cultos caídos y las esperanzas por todos los cultos nuevos, prometiendo a todos libertad de conciencia y una nueva ortodoxia que sería la síntesis de todas las creencias perseguidas. Llegaron hasta reconocer el simbolismo panteista de los grandes maestros de la Magia Negra, y para aislarse mejor de obedecer a una religión por la que estaban condenados de antemano, tributaron honores divinos al ídolo monstruoso Bafomet, tal como en la antigüedad las tribus disidentes adoraban  al Becerro de Oro de Dan y Bethel. Ciertos documentos descubiertos hace poco y ciertos documentos preciosos pertenecientes al siglo XIII ofrecen abundantes pruebas de todo lo dicho aquí. Otras evidencias se ocultan en los anales y símbolos de la Masonería  Oculta.

Con las semillas de la muerte sembradas en su principio mismo, y anárquica porque era herética, la Orden de los Caballeros del Templo concibió una gran obra que fue incapaz de ejecutar, porque no entendía de humildad ni de abnegación personal. En cuanto al resto, como los templarios carecían en su mayoría de educación y sólo eran capaces de manejar exitosamente la espada, no estaban calificados como para regir ni compeler a voluntad a la reina del mundo llamada opinión pública. Hugo de Payens no tenía la hondura de juicio que, en un período posterior, distinguió al fundador militar de una milicia no menos formidable para los reyes. Los templarios fueron jesuítas fracasados. Su principio era enriquecer para comprar el mundo y, de hecho, lo consiguieron, pues en 1312 poseían sólo en Europa más de 9000 señorías. La riqueza fue también la roca en la que zozobraron; se tornaron insolentes, permitiendo que aflorara en público el desdén hacia las instituciones religiosas y sociales que esperaban subvertir. Todos conocen la respuesta de Ricardo Corazón de León al sacerdote que le dijo confidencialmente: "Señor, tienes tres hijas que te cuestan muy caras y tendrías gran beneficio si te librases de ellas: son la ambición, la avaricia y la lujuria". "Eso es verdad", dijo el rey. "Bien, bien, casémoslas. Doy la ambición a los templarios, la avaricia a los monjes, y la lujuria a los obispos. Estoy de antemano seguro del consentimiento de todas las partes".

La ambición de los templarios fue fatal para éstos; sus proyectos fueron adivinados y pronosticados. El Papa Clemente V y el Rey Felipe el Hermoso advirtieron a Europa, y los Templarios, atrapados, por así decirlo, en una red, fueron arrestados, desarmados y arrojados en prisión, jamás se cumplió un golpe de estado con uniformidad tan pasmosa. El mundo entero, alelado, esperó las extrañas revelaciones de un proceso cuyos ecos resonarían a través de las edades. Pero era imposible exhibir ante el pueblo el plan de la conspiración de los templarios; obrar así habría iniciado a la multitud en los secretos reservados a los maestros. Por ello debió recurrirse a acusarlos de Magia, para lo cual estaban preparados tanto acusadores como testigos. Los templarios, en la ceremonia de su recepción, escupían la imagen de Cristo, negaban a Dios, daban besos obscenos al Gran Maestro, adoraban una cabeza de bronce con ojos de carbunclo, celebraban la comunión con un gran gato negro y tenían relaciones sexuales con demonios hembras. Tales fueron los hechos planteados seriamente en el acta de acusación. El fin de este drama es sabido; Jacques de Molay y sus compañeros perecieron en la hoguera, pero antes de morir el gran maestro del Templo organizó e instituyó la Masonería Oculta.

Dentro de los muros de su prisión fundó cuatro Logias Metropolitanas:en Nápoles, para el Este, en Edinburgo, para el Oeste, en Estocolmo, para el Norte, y en París, para el Sur. El Papa y el Rey perecieron rápidamente de manera extraña y repentina. Squin de Florian, acusador en jefe de la Orden, fue asesinado. Al romperse, la espada de los templarios se convirtió en un puñal, y sus proscriptas cucharas de albañilería de allí en adelante fueron utilizadas  solamente para erigir tumbas. Dejémosles en esta cuestión entrar en las tinieblas, donde se refugiaron para madurar su venganza.

Los veremos reaparecer en la gran época de la Revolución [francesa] y los reconoceremos por sus signos y sus obras.

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